viernes, 29 de julio de 2016

El encuentro de Jesucristo en el pobre




El encuentro de Jesucristo en el pobre
Para mí reconocer que Jesucristo se hace el encontradizo de muchas maneras, y bastante menudo en nuestras vidas, ha sido la conclusión a la que he llegado a lo largo del tiempo y de recorrer un camino de búsqueda iniciado hace algún tiempo y que creo que nunca tendrá fin (al menos ese es mi deseo). El reconocerlo es algo que sólo el Espíritu Santo nos puede ayudar a hacer y reconocerlo en el pobre una experiencia profunda de fe.

Proceso personal
Mi proceso personal no es nada del otro mundo, soy una persona sencilla, de una familia humilde, que desde pequeña ha sentido inquietudes y ha hecho muchas preguntas y cuya curiosidad no siempre ha sido satisfecha.
Mi recorrido espiritual comenzó en la infancia y parte de la adolescencia, pero al llegar la juventud otros caminos me llamaron y deje a un lado todo tema relacionado con la religión. Al llegar a la madurez tanto física como intelectual, algunas preguntas vitales se hicieron presentes, y empezó mí búsqueda espiritual.
Fui acogida en la parroquia de Santa María de Can Mariner, situada en un barrio de Santa Coloma de Gramenet. Una parroquia de personas sencillas y humildes, como yo, pero con gran profundidad espiritual y un gran espíritu de lucha por la justicia (que se habían iniciado en la transición y en muchos de ellos antes),y que lograron que me sintiera como en mi casa y cuyos testimonios me impresionaron profundamente.
Con el tiempo llegó mi contacto con la Pastoral Obrera del arciprestazgo, con el movimiento de Acción Católica Obrera (ACO), donde empezó mi militancia y compromiso dentro de la Iglesia.
Conocer la ACO, fue para mí el principio de un gran cambio personal y espiritual, hacer que el compromiso personal con Jesús fuese el eje de mi vida, saber que lo quería hacer a partir de ese compromiso era poder transformar aquello que estuviese a mi alcance y por descontado transformarme a mí misma, haciendo que el centro de mi universo no fuese yo, si no los demás, incluso aquellos que no me caían bien!!!
Cuando te comprometes con Jesús no hay vuelta atrás, cada día que pasa haces nuevos descubrimientos y Él te hace nuevas llamadas, y fue así como entré a formar parte de la familia pradosiana. Al conocer el Prado y su espiritualidad basada en el conocimiento de Jesucristo y en el estudio constante del Evangelio, para poder integrar a Jesús en nuestra persona, tal como dijo el padre Chevrier: “conocer a Jesucristo es todo”; “tener el Espíritu de Jesucristo es todo”.
No puedo decir que he descubierto a los pobres y a la pobreza a través del Prado, pues siempre han formado parte de mi vida, siendo yo hija de una familia humilde y viviendo desde mi más tierna infancia el desgarro de la emigración de mis padres, en los años 60, que tuvieron que emigrar a Francia, para poder labrar para sus hijos y para ellos mismos un futuro mejor.
Por lo descrito anteriormente la injusticia social no ha sido para mí algo teórico o indiferente, la he sufrido en mis propias carnes y he intentado luchar contra ella siempre que he podido, participando en las reivindicaciones del mundo obrero. Pero lo que sí es cierto, es que al formar parte de la familia del Prado, y al ir haciendo camino en esta espiritualidad, creo que mi mirada hacia el pobre y la injusticia ha cambiado, descubriendo al mismo tiempo otros tipos de pobreza, que no conocía: la pobreza espiritual, la pobreza física...
La pobreza en mi día a día está presente, en el barrio, dónde muchos de mis vecinos están en el paro, o realizando trabajos muy precarios ya que su poca formación (la mayoría dejaron de estudiar ante la perspectiva de ganar más trabajando que estudiando), hace que se encuentren con muy pocas perspectivas de futuro y con otros dramas sociales a sus espaldas (desahucios, separaciones…), en la familia donde gran parte de sus miembros son muy mayores y con graves problemas físicos. De camino al trabajo y de vuelta a casa, donde a lo largo del recorrido (vivo en Badalona y trabajo en Barcelona), me encuentro cada día con más y más personas viviendo de la caridad o de lo que recogen en los contendores de basura. Tanto unos como otros, me desgarran por dentro, me siento impotente y lo único que puedo hacer es rezar y pedirle a nuestro Señor que nos ayude a todos a ver la manera de cambiar esta cruda realidad. Cómo podéis comprobar no vivo bien esta pobreza.
Otra de las pobrezas con las que me encuentro a diario es la de las personas mayores, gracias a Dios, yo puedo disfrutar de mi madre que tiene ahora 81 años, pues vivo con ella y nos acompañamos mutuamente, pero conozco de cerca otras realidades que no son así. La falta de salud y la soledad de muchos ancianos, es una pobreza de nuestra sociedad y que me hace replantearme muchas cosas como persona y como hija, como sobrina... Tampoco vivo bien esta pobreza.
Algo que también vivo mal es la explotación que hacemos como Iglesia (perdonar que sea tan dura), de nuestros sacerdotes, en las grandes ciudades (al menos los que yo conozco). Muchos de ellos sobrepasan con creces los 70 años y muchos achaques, pero continúan teniendo a su cargo una y a veces dos parroquias, además de estar comprometidos en muchas otras cosas: Movimientos, Plataformas, Equipos de todo tipo…, bueno vosotros lo sabéis mejor que yo. Si alguno quiere retirarse, suele encontrarse con dificultades para encontrar dónde ir, la falta de previsión de los obispos o de quien administra la Iglesia es vergonzosa. Creo que si todos fuésemos conscientes de esta circunstancia nos avergonzaríamos aún más. Seguimos explotando a los que han dado y dan su vida por nosotros.
¿Dónde está mi implicación? Para ser completamente sincera, mi implicación en las actitudes y hechos comentados anteriormente es muy pobre. Intento acompañar alguna de ellas desde la cercanía y la escucha, la oración; la reivindicación y la denuncia cuando viene el caso.  Al trabajar como liberada en ACO, tengo la oportunidad de conocer de cerca muchas iniciativas que se organizan, e intento poner mi granito de arena, pero poco más.
¿Dónde veo a Jesucristo? En todos ellos, ya que Él para mí está presente en cada una de las personas que he recordado mientras escribía estas líneas, en el chaval que invita al compañero a una cerveza, en el padre que vuelve a acoger a su hijo en casa a pesar de su mísera pensión, en el anciano que te sonríe y te cuenta su batallita, cuando le preguntas como se encuentra, en el marroquí que te da las gracias cuando le das alguna cosa que ibas a tirar a la basura, en el sacerdote que a pesar de todo lo que tiene que tirar adelante en el día a día, no tiene un no para nadie, en todos ellos veo a Jesucristo y el amor del Padre que siente debilidad por los últimos.

Después de la reflexión que he tenido que hacer para poder escribir este artículo, puedo confirmar lo que decía al principio, mi visión de la pobreza y de los pobres ha cambiado radicalmente. He reafirmado que quiero seguir siendo una pobre más, gracias por la oportunidad que me habéis dado para poder expresarlo.

Oración




















Adora y confía

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que,
pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado,
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote,
y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca,
antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda:
cuanto te deprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en el nombre
de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso,
cuando te sientas apesadumbrado, triste,
adora y confía..


Teilhard de Chardin

El Pacto de las Catacumbas

El 16 de noviembre de 1965, días antes de la clausura del Concilio Vaticano II, cerca de 40 padres conciliares celebraron la Eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila. Pidieron “ser fieles al espíritu de Jesús”, y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron “El pacto de las catacumbas”.
Entre los firmantes, Giacomo Lercaro (Cardenal Arzobispo de Bolonia, Italia), Charles-Marie Himmer (Obispo de Tournai, Bélgica) y varios obispos latinoamericanos encabezados por Hélder Câmara (Arzobispo de Olinda y Recife, Brasil).
Lo recoge el franciscano Boaventura Kloppenburg -obispo de la diócesis brasileña de Novo Hamburgo desde 1986-, en su obra Concílio Vaticano II. Vol. V, Quarta Sessão. Petrópolis: Vozes, 1966, 526-528. 

 Un grupo de obispos durante el Concilio Vaticano II, en 1965, reunidos en la catacumba de Santa Domitila, suscribieron el Pacto de las Catacumbas, con el liderazgo de Dom Hélder Câmara, en un intento valeroso de tratar de reflejar mejor la Iglesia de Jesús, comunidad de los creyentes.

El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa Domitila. Pidieron "ser fieles al espíritu de Jesús", y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron "el pacto de las catacumbas".

El "pacto" es una invitación a los "hermanos en el episcopado" a llevar una "vida de pobreza" y a ser una Iglesia "servidora y pobre" como lo quería Juan XXIII. Los firmantes -entre ellos muchos latinoamericanos y brasileños, a los que después se unieron otros- se comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.

 “Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:

1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.

2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.

3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.

4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.

5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.

6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.

7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.

8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis.
Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.

9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.

10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.

11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:

- a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
- a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.

12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
- nos esforzaremos para "revisar nuestra vida" con ellos;
- buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
- procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
- nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.

13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.

Que Dios nos ayude a ser fieles