El 16
de noviembre de 1965, días antes de la clausura del Concilio Vaticano II, cerca
de 40 padres conciliares celebraron la Eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila.
Pidieron “ser fieles al
espíritu de Jesús”, y al
terminar la celebración firmaron lo que llamaron “El pacto de las catacumbas”.
Entre
los firmantes, Giacomo Lercaro (Cardenal Arzobispo de Bolonia, Italia),
Charles-Marie Himmer (Obispo de Tournai, Bélgica) y varios obispos
latinoamericanos encabezados por Hélder Câmara (Arzobispo de Olinda y Recife,
Brasil).
Lo
recoge el franciscano Boaventura Kloppenburg -obispo de la diócesis brasileña
de Novo Hamburgo desde 1986-, en su obra Concílio
Vaticano II. Vol. V, Quarta Sessão. Petrópolis: Vozes, 1966, 526-528.
Un grupo
de obispos durante el Concilio Vaticano II, en 1965, reunidos en la catacumba
de Santa Domitila, suscribieron el Pacto de las Catacumbas, con el liderazgo de
Dom Hélder Câmara, en un intento valeroso de tratar de reflejar mejor la Iglesia de Jesús, comunidad
de los creyentes.
El 16
de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, cerca de 40
padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa
Domitila. Pidieron "ser fieles al espíritu de Jesús", y al terminar
la celebración firmaron lo que llamaron "el pacto de las catacumbas".
El
"pacto" es una invitación a los "hermanos en el episcopado"
a llevar una "vida de pobreza" y a ser una Iglesia "servidora y
pobre" como lo quería Juan XXIII. Los firmantes -entre ellos muchos
latinoamericanos y brasileños, a los que después se unieron otros- se
comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de
poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.
“Nosotros,
obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias
de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros
en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la
presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre
todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de
los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos
con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad , ante la Iglesia de Cristo y ante
los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia
de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza
que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1.
Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca
a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mt
5, 3; 6, 33s; 8-20.
2.
Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza,
especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en
símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente,
evangélicos). Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No
poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc,
a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la
diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En
cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra
diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel
apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Mt 10,
8; Hech 6, 1-7.
5.
Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que
expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que
nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13,
12-15.
6. En
nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer
concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los
poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios
religiosos). Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.
7.
Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al
recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a
nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en
el culto, en el apostolado y en la acción social. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor
12, 4.
8.
Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón,
medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos
trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso
perjudique a otras personas y grupos de la diócesis.
Apoyaremos
a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a
evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Lc
4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9.
Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas
relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras
sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y
a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Mt 25,
31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10.
Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de
nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras
e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el
desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así,
para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de
hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11.
Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización
evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y
moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:
- a
compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los
episcopados de las naciones pobres;
- a
pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio
del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la
adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones
pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres
salgan de su miseria.
12. Nos
comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros
hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro
ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
- nos
esforzaremos para "revisar nuestra vida" con ellos;
-
buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que
jefes según el mundo;
-
procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
- nos
mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Mc 8, 34s; Hech 6,
1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13.
Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a
nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su
colaboración y sus oraciones.
Que
Dios nos ayude a ser fieles
No hay comentarios:
Publicar un comentario